La habitación blindada y oscura se mantenía en absoluto secreto… Acompañado de varios oficiales blancos, y sin ningún testigo a su amparo, George Junius Stinney, un jovencísimo afroamericano de 14 años, estaba siendo interrogado… por el violento asesinato de dos niñas de raza blanca.
Una hora más tarde, su suerte estaría echada. Sin que nada ni nadie pudiera revertirla. El pequeño George se convirtió en la persona más joven ejecutada en EE.UU., en el siglo XX… ¿Pero cometió realmente el crimen, por el cual ha sido acusado?
Transcurría el año 1944. En Alcolu, una localidad pequeña en el Condado de Clarendon, Carolina del Sur, dos vías férreas separaban dos mundos diferentes: el «negro» y el «blanco». Dos razas radicalmente opuestas que bajo ningún concepto podían mezclarse… La discriminación era cruda y brutal, y el pequeño George, que apenas entraba en la adolescencia, pronto pudo sentirlo en carne propia.
Los hermosos días primaverales fueron oscurecidos por una tragedia sin precedentes. El 23 de marzo, los cuerpecitos de Betty June Binnicker, de 11 años, y Mary Emma Thames, de 8, fueron encontrados en el lado afroamericano de la ciudad. Un grupo de residentes locales organizó la búsqueda, luego de que los padres de las niñas las reportaran como desaparecidas el día anterior.
Las chicas fueron halladas con señales de golpes en la cabeza, con algo semejante a un pedazo de hierro. Sus cadáveres fueron abandonados en una zanja, llena de fango. Sobra decir que la escena dejó a la comunidad hecha un mar de furia. Mientras que la ubicación, donde fueron halladas Betty y Mary, no dejaba la menor duda de que el responsable habría sido alguien de raza negra.
El día anterior, las niñas se encontraban paseando en bicicleta, buscando flores. En el camino, se toparon por unos instantes con George Stinney y su hermana Katherine. Betty y Mary se aproximaron a los Stinney con la pregunta, dónde podían encontrar pasifloras. Tras cruzar unas pocas palabras, cada quien tomó su propio rumbo.
Las autoridades no contaban con más prueba que este efímero encuentro, pero el pueblo hervía de la indignación, así que sabían que, para calmarlo, necesitaban un «chivo espiatorio» a toda costa. No ha sido extraño que apuntaran a George y a Johnny, su hermano de 17 años, como principales sospechosos del doble homicidio.
Los oficiales actuaron con prisa. A pocas horas del hallazgo de cuerpos, los dos jóvenes fueron arrestados. Johnny salió librado de la culpa, a pocos minutos de la indagación. En cambio, a su hermano menor, lo esperaba un destino fatal.
Según las afirmaciones de un diputado del condado, George había confesado por escrito el asesinato de las niñas – realizado con una pieza de hierro de 15 pulgadas. Acorde a la versión oficial, el joven quería abusar sexualmente de Betty, mientras que su compañera, Mary Emma, lo impidió. Como resultado, él procedió a golpear a las dos, hasta matarlas.
El 24 de abril de 1944, George Junius Stinney fue condenado a la pena capital por el homicidio de dos niñas. Se encontraba a 50 millas de distancia de su hogar, solo. Más de mil personas presenciaron el veredicto, pero a ninguno de sus familiares le fue permitido acompañarlo en el juicio. La entrada de los afroamericanos en el recinto estaba prohibida.
¿Pero dónde estaban las pruebas físicas que incriminaron al joven de 14 años? Hasta el día de hoy, no se conoce que existiera una confesión manuscrita del delito, firmada por George, como habían asegurado los oficiales. Condenado por las diferencias raciales y desamparado totalmente por la justicia, el chico murió en la silla eléctrica, en la Institución Correccional Central en Columbia, el 16 de junio de 1944.
Su edad y su delgadez impedían que encajara correctamente en las correas de la silla. Irónico, pero la biblia que el joven llevaba en sus brazos, su último consuelo, sus verdugos la usaron como un punto de apoyo, para que la ejecución se llevara a cabo satisfactoriamente.
Desafortunadamente, la justicia llegó demasiado tarde para él. En 2004, George Frierson, un historiador local se interesó por la dramática historia del joven. Logrando recopilar pruebas suficientes, incluyendo los testimonios de sus hermanos, Frierson consiguió reabrir el caso en la corte. Los hermanos de George afirmaron que el chico no pudo haber cometido el crimen, ya que siempre estuvo con ellos.
En 2014, ¡un siglo más tarde!, la juez Carmen Mullen de Carolina del Sur, declaró el juicio de 1944 como un acto de injusticia, demostrando su inocencia. George no pudo escapar del odio de una sociedad cruel e implacable, pero al menos su familia, años después, halló consuelo con que su nombre fuese limpiado.
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