La vida es tan fugaz, y la muerte es tan implacable que es necesario vivir y disfrutar la vida y de todo lo que te rodea aquí y ahora. ¿Quién sabe si veras un nuevo amanecer mañana?
Todos son iguales ante la encapuchada con la guadaña, lo mismo un pobre que un rico. La muerte es imparcial… ¡Esta parábola que ¡Qué pasada! ha traído hoy, nos enseña a apreciar la vida y cada uno de los días que nos regala el destino!
Acostado en su lecho de muerte, el sultán Solimán el Magnífico llamó al Jefe del Ejército, para hablarle de sus tres últimos deseos:
1. El primer deseo del sabio sultán fue ordenar a que su ataud fuera llevado por los mejores sanadores y médicos del Imperio Otomano.
2. Su segundo deseo exigía que, cuando llevaran su cuerpo, dispersaran por todo el camino monedas de oro y piedras preciosas.
3. El último deseo del sultán consistía en que sus manos estuvieran colgando del ataúd, vistas por todos.
Jefe del Ejército se desanimó por lo escuchado. Muerto de curiosidad, le preguntó al sultán acerca del sentido de sus deseos. La respuesta de Solimán fue la siguiente:
«Que los mejores sanadores carguen mi ataúd, y que todo el mundo vea que, incluso, los mejores médicos son impotentes frente a la Muerte.
Esparcen el oro, ganado por mí. Para que todos vean que la riqueza acumulada en esta vida, en este mundo se queda.
Que todos vean mis manos y aprendan una simple verdad: Incluso el señor del mundo – el Sultán Solimán Kanuni – sale de esta vida con las manos vacías».
Por eso, los tesoros más valiosos aquí en la tierra son aquellos que ni la polilla, ni el moho corrompen, ni los ladrones consiguen robar. Quienquiera que seas, en primer lugar, tienes que ser un humano. ¡Si estás de acuerdo, entonces, no lo dudes y comparte esta sabia fábula con tus amigos!
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