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Inhumana vida de los niños deshollinadores en la era victoriana

La terrible vida de los niños deshollinadores en la era victoriana.

Un deshollinador es aquella persona, encargada de limpiar restos de hollín y cenizas de las chimeneas. En las paredes de estas, con el tiempo y el uso, se adhiere una capa de tizne que impide la circulación del aire por el interior del tiro.

En la época victoriana de Londres, los hogares se calentaban con el sistema de calefacción a base de chimeneas, y por consiguiente, existía toda una legión de deshollinadores que recorría la ciudad, limpiándolas y reparándolas. Como los tiros de éstas, en muchas ocasiones, eran estrechos, se curvaban o tenían entrantes y salientes, era difícil sanearlas, para esta labor utilizaban a niños muy pequeños como ayudantes.

Los infantes provenían fundamentalmente de asilos o workhouses. Demás está decir que la vida de estos niños deshollinadores victorianos era un infierno. A pesar de que muchos parlamentarios durante décadas intentaron que se dictara una ley contra este tipo de trabajo infantil, la misma no se consiguió hasta 1840. Y aún así, demoró mucho en aplicarse hasta 1875.

La terrible vida de los niños deshollinadores victorianos
El sistema de chimeneas se empezó a utilizar en el siglo XIV, pero hubo un crecimiento de su uso desde finales del XVIII y durante el XIX. Las edificaciones de casas e inmuebles con chimeneas crecieron en número, al aumentar muchísimo la población urbana por la industrialización.

Es importante destacar que en 1803 ya existía en EE.UU. una máquina para deshollinar chimeneas. Pero en Gran Bretaña, se siguió utilizando durante todo un siglo más, el sistema tradicional: un deshollinador adulto y sus «ayudantes-aprendices». Estos niños empezaban a trabajar desde edades muy tempranas, entre los 3 o 4 años, y dejaban el oficio a los 10 o 12, porque ya no cabían por los tiros de las chimeneas. Eso si conseguían sobrevivir…

Las chimeneas más estrechas medían 23×23 cm., aunque la medida estándar solía ser 23×36 cm. Los niños se movían dentro de la chimenea, apoyándose con las rodillas y codos, hacia arriba y hacia abajo, empujando el cepillo limpiador, así como se ve en la imagen.

Sus extremidades quedaban en carne viva, hasta que las heridas endurecían y se hacían callos. Una vez cicatrizadas, los desplazamientos en el tiro eran menos dolorosos. Por lo general, limpiaban entre 4 y 5 chimeneas cada día. Cuando un niño, ya sea por miedo o porque se cansaba y no quería subir más, aplicaban métodos terroríficos.

Encendían un pequeño fuego de paja o azufre en la chimenea o enviaban a otro muchacho con un alfiler, para que le pinchara los pies o las nalgas. En muchas ocasiones, quedaban atascados, y podían pasar horas hasta que eran rescatados con una cuerda o por otro de los aprendices. Se dieron casos más difíciles, pues había que agujerear el tiro de la chimenea para poder extraerlos… vivos o muertos.

Vivían con su «maestro» y eran subalimentados, para que siguieran entrando en los agujeros. Dormían todos juntos, en el suelo sobre los sacos y telas que utilizaban durante el día para recoger el hollín.

Irónicamente, el jefe tenía la obligación «moral» de proporcionarles medios para asearse, al menos una vez a la semana. Pero esto no ocurría nunca, y lo normal era bañarse solo unas pocas veces al año en cualquier estanque de la ciudad. Tenían un único día festivo al año, el primero de mayo.

Los mayores peligros eran, por un lado, el lamentable estado de sus pulmones tras años de respirar hollín, que frecuentemente conllevaba a enfermedades respiratorias agudas e incluso cáncer de pulmón. Por otro, en las subidas o bajadas, era fácil resbalar y caer desde una altura considerable, pudiendo herirse e incluso morir.

También ocurría con cierta frecuencia que alguien de la casa no se daba cuenta de que se estaba deshollinando y encendía la chimenea, asfixiando al muchacho en su interior.

En 1817 se hizo un informe a nivel de parlamento, en el que se hablaba de las duras condiciones de vida de estos niños. Y en concreto, de las enfermedades que padecían: atrofia del crecimiento, deformaciones de columna y extremidades, pérdida de visión, ulceraciones en los ojos, contusiones y quemaduras.

Y si llegaban a la adolescencia, muchas veces se veían afectados por un tipo específico de cáncer, el de escroto, que sólo lo padecían los deshollinadores. Sin embargo, no fue hasta 1840 que se dictó una ley de protección de los menores que trabajaban como deshollinadores, siendo desobedecida por todos hasta 1875, año en que se obligó a todos los deshollinadores a pasar un control policial.

Era realmente dura la vida de estos niños deshollinadores en los tiempos victorianos. Si te ha llamado la atención este artículo, compártelo con tus amigos de las redes sociales.

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