Cuando los padres reciben la noticia de que su hijo o hija han encontrado a esa persona tan especial como para pasar a su lado el resto de la vida, ¡es el día más feliz para los hijos! Y en teoría debe ser también el más lleno de dicha y orgullo para los padres. Pero, lamentablemente, no siempre es así.
Muchos de los progenitores no se dan ni por enterados del cúmulo de preparativos que se vienen encima de los novios. Y en ocasiones, mientras más se acerque este día tan especial, que la chica ha soñado toda si vida, el que tiene que ser perfecto, el estrés incrementa y la convivencia familiar se vuelve un verdadero martirio.
Sin embargo, no fue así el caso de este comprometido padrastro, quien al enterarse que su hijastra ha decidido casarse, se sintió el más feliz de los padres.
Aquí está su historia tal como la vivió…
«Mi hijastra ha decidido por fin la fecha de la boda. Será el primer fin de semana de noviembre. Durante los últimos seis meses, este tema ha consumido sus vidas, la de ella y la de su madre. Nosotros no estamos casados, ha sido mi novia y hemos vivido juntos los últimos 10 años, en los que me he encargado de que a ninguna de las dos nunca les falte nada.
Pagué los estudios universitarios de la niña, aunque fue en una estatal, los gastos no fueron menos de 40 mil dólares. Además del coche que le compré, al terminar la secundaria, pues tenía que trasladarse grandes distancias para ir a estudiar. Así que de alguna manera, le hice más confortable su estadía en la universidad. El año pasado se graduó, pero con la difícil situación, aún no ha encontrado un trabajo. Sigue viviendo con nosotros, mientras me hago cargo de los gastos de los 3.
Hasta aquí todo bien. Lo que sucede es que, como es natural, ella tiene un padre sanguíneo. Este señor, perezoso y abusivo, solo se presenta de vez en cuando, sin dar un solo centavo para su manutención. En fin, eso es problema de mi novia que jamás llegó arreglar jurídicamente la situación. Sin embargo, cada vez que tiene la oportunidad, él se presenta para romperle el corazón a la chiquilla que aún se ilusiona con las promesas de su padre, esas que él nunca cumple.
Pero aún así, es su padre, la entiendo. Ella lo adora y lo adula, y no hay mucho que pueda hacer contra eso, ¿no?
Volviendo al tema de la boda. El local que se eligió, tiene capacidad para unas 250 personas. En la lista incluí 20 invitados míos que quiero que estén ese día acompañándome, junto con mi familia, y como los gastos han corrido por mi cuenta, no vi ningún problema. Mis chicas me aseguraron que estarían contemplados, así que me encargué de avisar a esas personas para que apartaran ese día en sus agendas.
A pocas semanas de la boda, me topé en la calle con uno de mis 20 invitados, de los que estaban en la lista. Le pregunté de la manera más natural que si ya estaba listo para la fiesta, y un tanto incomodado, me dijo que no recibió la invitación. Y que con un simple aviso no podía presentarse a ese tipo de eventos.
Consternado, pregunte a mi hijastra y a mi novia qué es lo que había pasado. Muy en pena, me dijeron que los invitados eran muchos para un recinto tan pequeño, y que si alguno fallara, podían acomodar a un par de los míos.
Lo dejé pasar, corazón apretado, para no abrumar la fiesta venidera. Finalmente, llegó la hora de la última cena de soltería en la casa del novio, con muchos familiares de ambas familias presentes ahí. Fue justo en ese día cuando mi corazón recibió la estocada final, una bofetada sin igual…
La novia feliz dio el aviso frente a todos que su verdadero padre, su progenitor, había aceptado asistir a la boda. ¡Y que sería él, el encargado de entregarla en el altar, de dar la mano de su hija al que sería su compañero de vida! Todos acompañaron el momento con gritos… «¡Oh, qué genial! ¡Wow, qué felicidad!»
Sobra decir cómo me sentí en ese momento, me sentí más que pisoteado… Obvio es que nunca quise tomar el lugar de su padre, pues es bien sabido que la sangre llama y todas esas cosas. Pero acaso, ¿no merecía un poco de consideración? Cuando por fin logré recuperar el aliento, cuando por fin dejé de temblar, propuse un brindis.
Lo que dije, luego del típico ruido de las copas chocando, fue más o menos así…
«Quiero hacer un brindis. Antes que todo, quiero decir que ha sido un verdadero placer para mí el compartir con esta linda familia que es como mi propia por cerca de 10 años»… Aquí no faltaron acotaciones favorables y de asentimiento: «¡Aaawww qué lindo!» «En este momento siento una inmensa gratitud con los novios, pues gracias a ellos, he abierto los ojos en algo muy importante»… Las sonrisas felices al instante se volvieron nerviosas y confusas…
«Me han dejado claro la verdadera posición que tengo en esta familia. Por un momento pensé que merecía la consideración de la persona protectora, el patriarca de esta familia. Ahora me han demostrado que solo soy un «cajero automático» para ambas. Fui reemplazado como anfitrión, pagué la fiesta, la recepción, el vestido, los adornos de ambas. Y no tuve ni tan siquiera el privilegio de invitar a alguien.
Ahora todos, aquí presentes, están felices porque el progenitor entregará a la niña en el altar. Bien, me da gusto a mí también. Solo quiero aclarar que, a partir de ahora, dejo todas las responsabilidades económicas a quien siempre debió tenerlas, al verdadero padre… Ahora brindo por la feliz pareja y les deseo lo mejor en este camino que han elegido…» Tomé el resto de mi trago y desaparecí de la cena… y de la vida de ambas.
Lo que siguió eran unas llamadas certeras: muchos proveedores fueron benévolos con mi caso y me regresaron el apartado. En total solo perdí unos 1500 dólares, y no 50 mil que habría pagado por la boda. Transferí mi dinero de la cuenta común que tenía con mi novia y dejé que el verdadero padre se hiciera cargo del resto. Hasta donde se, no pudo casarse a fin de cuentas».
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