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Padre recogía menudo para su hijo

Este hombre ha estado guardando el menudo a lo largo de 18 años. La razón de ello me ha conmovido hasta las lágrimas…

Todos los padres ponen su máximo esfuerzo para ofrecer un buen futuro a sus hijos. Esto puede manifestarse de diferentes maneras. A veces, incluso ignoramos o desconocemos sus esfuerzos, pero cada uno de nosotros debe recordar que nuestros padres nos aman inmensamente.

Probablemente todos guardamos algun recuerdo especial de calidez y atención paternal. Este detalle puede parecer imperceptible e insignificante para los ojos de algunos, pero para aquellos que conocen su verdadero sentido, se vuelve realmente inestimable.

Hoy el equipo Quepasada.cc te ha traido una conmovedora historia, protagonizada por Frank Walcott.

«Mi padre es un simple trabajador. Toda su vida la pasó en un molino, trabajando a cambio de un salario muy modesto. No tuvo posibilidades de recibir una educación normal, por lo que la opción de encontrar un mejor empleo no era para él. Pero mi padre tiene un corazón enorme. Pasando trabajo en su vida, se propusó hacer todo lo posible, para que mi vida fuera mucho mejor que la suya.

Inmediatamente después de mi nacimiento, mi padre comenzó a ahorrar para mis estudios. El trabajo en la fábrica no le permitía hacer ahorros significativos. Así que simplemente decidió guardar todo el menudo que le quedaba diariamente del cambio. La función de la alcancía la cumplía un simple tarro de cristal que había en la casa, pero para mi familia esta alcancía tenía un significado muy especial.

Me acuerdo de este frasco con monedas, desde que tengo uso de razón, sin dudas, es tan viejo como yo. Estaba encima del tocador del dormitorio de mis padres. Cada noche, al llegar a casa, mi padre vaciaba sus bolsillos y todo el cambio sobrante del día lo depositaba en la alcancía. Mi mente infantil comparaba aquel mágico frasco con el cofre de un verdadero tesoro de piratas.

Cuando el tarro se llenaba hasta la cima, mi padre se sentaba a la mesa de la cocina a clasificar las monedas por su valor y a sacar el cálculo total de la cantidad reunida. Luego apilaba todas las monedas en una vieja caja de zapatos, y ambos, mi padre y yo, íbamos al banco en su vieja camioneta. La caja con las monedas iba puesta entre mi padre y yo, en el sólido como un sofa, viejo asiento delantero del coche. Todo el camino hacia el banco, en la mirada de mi padre se mostraba algo especial. Era una mezcla ardiente de amor y esperanza.

Depositando los ahorros acumulados en el banco, donde él abrió una cuenta especial, siempre decía orgulloso que este dinero era para mis estudios. Y que yo nunca tendré que trabajar en las malas condiciones del molino, como lo tiene que hacer él. Cada depósito siempre lo celebrábamos con un helado. Papa siempre me compraba un barquillo de vainilla, y para sí uno de chocolate. Para nosotros esto fue una especie de ritual.

Aquel cambio que recibíamos como vuelto, al comprar helado, era la primera contribución a nuestra alcancía encima del tocador. Mi padre me alcanzaba el frasco, y yo, depositando monedas allí, me quedaba hipnotizado escuchando su tintineo, al chocar con el cristal del fondo. Esta alcancía se ha convertido en algo especial para mí.

Pasaron los años. Me he matriculado con éxito en la universidad, terminé mis estudios y he conseguido un buen trabajo. Un día, visitando a mis padres, entré en su dormitorio. El mágico frasco seguía allí, sobre el tocador, pero… estaba vacío. Al verlo, experimenté una sensación inexplicable, se me hizo un nudo en la garganta, y mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Mi mamá, al darse cuenta, sonrió: “Nunca la cambiaría de lugar, por nada del mundo”.

Luego conocí a una chica maravillosa. Nos enamoramos y nos casamos. Tenemos una hermosa hija que se llama Jessica. La primera navidad, después de su nacimiento, fuimos a visitar a mis padres.

Durante la cena festiva, Jessica comenzó a lloriquear, y mi esposa Susan la llevó a la habitación de mis padres, para cambiarle el pañal. Al regresar, me llamó, muy animada. Entré al dormitorio y me quedé aturdido. ¡La vieja alcancía estaba llenándose de nuevo con monedas!

Conmovido, saqué todo el menudo que traía en los bolsillos y lo coloqué en el frasco. En ese instante, mi padre entró en la habitación, con Jessica en sus brazos. Nuestros ojos se encontraron, y me di cuenta de que él estaba sintiendo las mismas emociones que yo. De nuevo se me hizo un nudo en la garganta… Quería decirle tantas cosas, pero no había nada que yo pudiera decirle, y que él no lo supiera ya. Así que, en silencio, me acerqué a mi padre y lo abracé, con todo el amor que tengo en mi corazón…»

En los momentos así, verdaderamente, las palabras sobran. Y estos simples detalles, sin dudas, valen más que mil palabras. No hay nada que se compare con la profundidad de los sentimientos y del amor de los padres hacia sus hijos. Si también te ha conmovido esta increíble historia, compártela sin falta con todos tus amigos y familiares, en fin, ¡con todas las persona que admiras y amas!

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