Durante siglos, los ideales de belleza femenina han ido variando sin parar, de una civilización a otra. Junto con ellos cambiaba, según la época y el lugar, la forma de verse más atractiva, en particular, el maquillaje. Por ejemplo, en el antiguo Egipto era muy popular una amplia linea alrededor de los ojos, sombras de tono gris o verde, y pelo trenzado en numerosas trenzas delgadas.
En la antigua Grecia se consideraba inusualmente hermosa la llamada «monoceja». Muchas mujeres solían pegar pelo animal entre las cejas, para parecer más atractivas. Los griegos sabían apreciar la belleza natural.
En la India, a las mujeres hindúes les encantaba usar sombras de ojos y adornar el cabello con flores frescas. Bindi, «un signo de la verdad», es un punto de color rojo en la frente, un atributo obligatorio para las mujeres casadas.
En Inglaterra, durante la época isabelina, era la moda de lucir la piel anormalmente pálida, casi blanca. Este efecto se conseguía mediante la aplicación de polvo facial. Las cejas a menudo las afeitaban, y el cabello era ajustado, a fin de aumentar visualmente la frente.
Las mujeres francesas de la segunda mitad del siglo XVIII no se quedaron muy atrás de las inglesas. La piel pálida enfermiza era tan popular, que incluso las damas de la época dibujaban venas azules en su cuerpo. De contraste a la palidez, un flamante rubor adornaba los cachetes.
Durante la época victoriana, un indicador clave de la belleza era la piel limpia y saludable. En general, las mujeres lucían muy naturales.
Sin lugar a dudas, una mujer hermosa siempre es bella, incluso si su piel cubre una gruesa capa de polvo facial. Sin embargo, la belleza natural, un regalo de la Naturaleza, es el verdadero canón de la belleza femenina.
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